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HACIA LA NAVIDAD CON MARÍA

 

P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

La preparación de la Navidad y la celebración de la Navidad misma, suelen ser diferentes según las  condiciones familiares, sociales y religiosas. Lo común en el occidente medianamente cristiano se centra en la familia, los amigos y las campañas comerciales con toques festivos entre arbolitos navideños, luces multicolores, nacimientos betlehemitas y santacloses rojiblancos con los mofletes a lo más de inflados y sonrosados. Tanta superficialidad oculta la grandeza del acontecimiento y su impacto en el interior del corazón humano. Fiestas más, fiestas menos, posadas que no lo son, salvo las que sobreviven en los templos de cuño mexicano y tradicionales.
Volver los ojos a María, la Madre de Jesús, nos pone en camino del gozo de la espera y del Nacimiento del Verbo de Dios en la cercanía de un Bebé que cambió la Historia. Ante el anuncio del ángel Gabriel, el alma de María trasparente y preparada por la gracia divina, la sinceridad y humildad de su corazón, acoge la Palabra con el “sí” maternal, del “hágase”; la hace participar del “hagamos” omnipotente del Dios del Génesis y del “Hijo que proclama “He aquí Padre que vengo a hacer tu voluntad”. Hágase que llega a ser el núcleo de la identidad personal de María de Nazaret. Su adviento de nueve meses de oración maternal y contemplativa; su silencio ante los pensamientos  callados de José, quien no duda de la santidad de su Prometida.
No entiende cómo será la cadena de sucesión, ya que el es hijo de David, puede romper es  eslabón o ser un obstáculo para el plan de Dios, ante la profecía de la Virgen que habrá de concebir como Almáh-Virgen, al Mesías. Su viaje pronto y gozoso, “cum festinatione”(Lc 1,39), como dice la traducción de la Vulgata Latina de la Biblia, al encuentro de su prima Isabel quien exclama por influjo del Espíritu Santo “de dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a mí”(Lc 1,43); La Llena de Gracia, exulta de gozo y canta las maravillas de Dios obrada en ella: “proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque miró la humildad de su Sierva… me proclamarán dichosa todas las generaciones…”(1,46-55). Esta postura del servicio  de quien se considera pequeña ayudante del Señor. El viaje a Belén de una embarazada con ocasión del censo ordenado por César Augusto; venir de Nazaret a la Ciudad de David: no encontró sitio ni con los parientes, solo en una cueva morada del ganado menor. Ahí el sufrimiento y la paciencia: confianza en el Señor; el abandono y el dejarse guiar por quien tiene autoridad, san José.
Los pastores avisados por el ángel; el coro de ángeles jamás visto en la tierra, convierten el pesebre en paraíso, porque el cielo se abre ante ellos para proclamar la gloria de Dios y la paz a los hombres que ama el Señor. En este acontecimiento se unen la gloria identificada con el amor a los hombres. Gozo profundo en el corazón de María. Así llega la hora de Dios para ella y para la humanidad: sin nerviosismos, sin precipitaciones; las circunstancias al parecer adversas, por la cooperación de María, se transforman en bendiciones; en la Bendición misma que será el Hijo de ambos, de Dios y de  María, según sus condiciones, Padre Dios de siempre y Madre en el tiempo.
Adviento y Navidad con María Santísima, una delicia de contemplación, de silencio, de gozos, de servicios, de paciencia, de tierra y de gloria, de regalos humanos y divinos. Descubrir, con María, lo más humano y sencillo, para percibir el camino de Dios, del mismo estilo. Gracias Madre por haber dicho “hágase”. Ella es la Madre del Aviento y de la Navidad. La Maestra de la espera y de la celebración, de la memoria y de la profecía  cumplida en cada familia y en cada corazón.

DICIEMBRE 2016


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