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LA FAMILIA, ESCUELA DE HUMANIDAD.
P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

 

La familia pasa por situaciones dramáticas. Pareciera que todos los males de la sociedad se dan cita en  este núcleo básico de todo el tejido social. El desastre antropológico incide dramáticamente en la familia. La carencia de sentido trascendente, la ausencia de un proyecto de vida, los espejismos del noviazgo, la carencia de conocimiento del otro, de sus aspiraciones, de sus convicciones éticas, de sus costumbres, de sus aficiones, de su historia, impiden el asumir un compromiso de vida en común y estable.

Qué difícil resulta hoy hacer un compromiso personal de un hombre y de una mujer, de formar una comunidad de vida, que implique el compromiso de por vida, con una persona concreta; que se viva la entrega mutua y total para  alcanzar la felicidad en los pequeños detalles de la vida.  El hombre podrá realizarse en su masculinidad mediante el apoyo amoroso a su esposa de modo que ésta pueda realizar su potencial de madre, o de la mujer cuya feminidad le permita al hombre desarrollar su dimensión de paternidad.

El matrimonio no es compromiso de egoístas o de adolescentes. La incapacidad para el amor es incapacidad  de relación interhumana y de madurez, y por tanto, incapacidad de humanidad. El matrimonio debería de ser fiesta permanente del amor y de la alegría entre el hombre y la mujer dentro del misterio de la masculinidad y de la feminidad. El matrimonio podría entenderse en su óptima acepción como semilla de la familia y la familia como núcleo estructural de la sociedad. Más allá de la mutua ayuda y de la mutua donación,  en la caricia conyugal puede florecer el brote del amor entre ambos: los hijos. Como lo canta el poeta Miguel Hernández: “fundidos para siempre en el hijo quedamos”. Así el matrimonio llega a su plenitud: el esposo se convierte en padre y la esposa en madre; reciben una nueva identidad, los cuales a su vez exclamarán con  gozo entrañable: hijo, hija. Y en su momento surgirá la fraternidad entre los hermanos. Ahí están las relaciones  básicas interhumanas: paternidad, maternidad, filiación, fraternidad. A partir de aquí entra en una nueva fase la relación con la realidad y con la sociedad misma. La familia viene a constituir la cuna afectiva de la persona y el fundamento sano y vital de una sociedad. Con razón el Concilio Vaticano II a través de su Constitución Pastoral  Gaudium et Spes, nos señala que “la familia es escuela del más rico humanismo. Para que pueda lograr su plenitud de su vida y  misión se requieren un clima de benévola comunicación y unión de propósitos entre los cónyuges.” (G et Sp 52 a). Caminar juntos en altura de miras y con un horizonte grande de esperanza. Cuánto bien se podría hacer a nuestras familias, si libres de la ideología del momento y del economicismo de la diversión, nos empeñáramos  en fortalecer los lazos familiares en los cuales existieran el respeto, la ternura y la protección. Lejos de individualismos capitalistas o de colectivismos gremiales facinerosos, se le diera un lugar preeminente a la familia; tendríamos ambientes sanos e industrias prósperas. El desarrollo no cifrado en la barbarie del tener, sino en la cultura del ser y del ser persona -interpersona. Tendríamos un mundo feliz, no según la visión de Husley inmanentista, placentera y esclava, -cifrada en el soma-, sino según el proyecto de Dios, según el cual el hombre fue creado para ser feliz en comunión de amor con El y con los demás, para ser de su Familia en el tiempo y  después en la eternidad. Que nuestra familia humana, sea Familia del Dios amor .

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