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INFORMACIÓN TOMADA DE:
http://digilander.libero.it/monast/spa/index1.htm

LOS NOVISIMOS (2)

El Paraiso
Notas introductorias
Toda persona busca completar y superar los propios límites en abrirse a la realidad que le hace capaz de elevarlo a la pureza de la alegría y del amor. La razón puede participar en este movimiento ascendente, sólo si se deja aferrar por la tensión hacia el Absoluto. Del resto, en cada uno de nosotros existe la nostalgia del Paraíso perdido que alimenta la tensión que se hace esperanza. El rostro nacido del Amor envía sus señales también a través de la belleza de la creación y la presencia de Dios, hay que reconocerlo, es el fundamento de nuestra existencia. El flujo de energía que de Él emana puede ser colmado por Su Palabra.
A menudo el hombre niega la trascendencia de Dios para afirmar la propia inmanencia, así se integra en la caverna de la mentira y se incapacita no sólo para conocer la verdad, sino, además, que busca sólo en sí mismo alcanzando la cima del mal.
Pues bien, negar la existencia de Dios induce inevitablemente a pensar en la nada, la nada pensada como vacio total. Un espacio negro y vano puesto dentro de nuestra fantasía, que es también algo bien organizado. La verdadera nada, en efecto, es otra cosa distinta: es ausencia de todo, incluso del pensamiento.
La razón tiene límites concretos, pues no puede salir de sí misma para entrar en la nada porque no ha sido creada para pensar en la nada, sino en lo que existe. Lo mismo nuestra mirada no se detiene a observar la nada que está tras y frente a los instantes que estamos por vivir, pero se atreve a convertir más allá del tiempo que consume. Lo que nos inquieta nos es dado por la pregunta existencial sobre la inmortalidad del alma, pero: ¿qué será de nosotros tras la muerte?.
Entender cómo se juega nuestra existencia es insuficiente. Es más importante preguntarse el porqué. Un interrogante al que la ciencia no puede responder porque trasciende y sobrepasa la misma materia con que está estructurado el universo.
La razón reconoce qué infinitas realidades la sobrepasan, pero los cuerpos, el firmamento, la Tierra, no vale como el más pequeño de los intelectos, pues por todos estos cuerpos no es posible sacar ni un solo pensamiento. En esto consiste nuestra dignidad intelectual.
El sentido del mundo como de las cosas está en nosotros, en la mirada que contempla, en el corazón que ama, en coger las notas de belleza, en el soplo del viento, en el canto de los pájaros, en la inmensidad del mar, el vuelo del águila, el brillo de las estrellas. Dios se manifiesta de modo tan imperioso que bajamos la vista y a veces nos volvemos ciegos.
La presencia de Dios es verdaderamente indispensable para responder a los porqués del dolor, la muerte, el bien, el mal: el verdadero significado de la existencia. Y la respuesta que Dios da está grabada en la libertad del hombre. Mejor dicho: en su libre albedrio.
Esperar en una existencia permanente más allá de la muerte y para la eternidad es el don ofrecido por una Palabra que nos dice:"Tú no morirás". Él es más fuerte que la muerte, pues la ha combatido y vencido.
Aceptar la Palabra del Maestro divino es una elección lógica que abre las puertas a la fe en Jesús, a través de la fe, nos lleva consigo al cielo de Dios. Allá nos hará gustar la alegría embriagadora de volar en la verdad sin sombras ni inseguridades. Palabras impresas en el Evangelio y llegadas hasta nosotros para desvelarnos una realidad última, en la que puede ser un gozo eterno en el Paraíso, expiación temporal en el Purgatorio o condena eterna en el Infierno. Y quién podrá revelarlo es Él, que es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin de todas las cosas visibles e invisibles que se pierden en lo Eterno. Nosotros lo elegimos a través del comportamiento moral donde ponemos nuestra futura morada.
"Los que duermen en la región del polvo resucitarán. Unos para la vida eterna, otros para la infamia perpetua. Los sabios resplandecerán como el esplendor del firmamento; los que hayan enseñado a muchos la justicia resplandecerán como las estrellas, para siempre". (Dan 12, 2-3).
Voy a prepararos un sitio

Creer en el Paraíso, como antes hemos mencionado, es un acto de fe. En el Evangelio Jesús habla con frecuencia de los cielos en el que los justos perseveran y en el que verán a Dios. En el sermón de la montaña dice: "Alegraos y exultad porque grande será la recompensa en los cielos". (Mt 5,12).

Dirá en el juicio final: "Venid benditos de mi Padre, recibid en herencia el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo". (Mt 25, 34).  Y además: "No el que dice "Señor, Señor" entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos". (Mt 7-21).

Él es el camino que conduce al Padre: "Yo voy a prepararos un sitio; cuando haya ido y os lo haya preparado, vendré de nuevo y os llevará conmigo, para que donde yo esté, estéis también vosotros. Y el lugar a donde voy, ya sabéis el camino". (Jn 14,2 y 4).

En Apocalipsis se habla de la nueva Jerusalén, la Ciudad Santa en la que Dios habita en medio de todas sus criaturas, iluminándolas hasta tal punto de ver siempre su Santo Rostro: "Ya no habrá maldición. La ciudad será el trono de Dios y del Cordero: sus siervos le adorarán, verán su rostro y llevarán su nombre en la frente. No habrá más noche y ya no habrá más necesidad de luz, de lámparas ni de la luz del sol, porque el Señor ños iluminará. Y reinarán por los siglos de los siglos". (Ap. 22,3:5).

En el momento crucial del martirio de San Esteban, se abrió el cielo y su mirada moribunda pudo fijarse en la Santísima Trinidad.  San Pablo meditó y contempló el Paraíso, cuando escribió: "Lo que el ojo no vió, ni el oído oyó, ni jamás entró en el corazón del hombre, lo ha preparado Dios para los que lo aman". (1 Cor 2,9).

San Agustín tuvo el deseo de penetrar en el misterio del Paraíso, preguntando a la fe: "Fe, amable fe, ven en mi ayuda. Díme, ¿cuáles son los inmensos distritos hacia donde los hijos de Dios caminan?. ¿Habrá flores?. ¿Fragancia de olores?.¿Cuáles son las delicias de aquellas bienaventuradas costas?. El néctar y la ambrosia que la impiedad hizo alimento de los falsos dioses, ¿no será fábula para los habitantes?. ¿Allá habrá suaves brisas que llenen de alegría a aquellos felices ciudadanos?. Aquí hay colinas, verdes valles, campos agradables de ver, la vista del mar y la espera del cielo: todo rebos placer. ¿Cuáles serán allí los objetos de los que el ojo está privado?. ¿Son similares, al menos, en parte, a éstos, o serán nuevos para nosotros. Oh Santa Fe, aclara mis dudas". Y la fe responde: "el Paraíso es el gozo eterno de Dios, nuestra felicidad, y en Él, todo bien sin mal alguno".

San Jerónimo, tras su transición, se le aparece en sueños a San Agustín, el cual, no sabía cómo presentar el Paraíso al hombre. Apareciéndosele, dijo: "Agustín, ¿Puedes tú comprender cómo se puede encerrar en un puño toda la tierra?. Y el santo: "no". Pues dime entonces, ¿Puedes tú, al menos, entender cómo se pueda llenar un vaso con toda el agua de los mares y de los ríos?. "No", responde el santo nuevamente. Entonces, jamás podrás describir cómo puede entrar en el corazón del hombre la infinita alegría misma de Dios".


Jesús dijo a Santa Teresa de Ávila, tras haberlo contemplado en visión: "¿Ves, hija mía, lo que perdono a los que me ofenden?". Pensemos en lo que perdemos si, además de ofender a Dios, no nos procuramos conocer el Paraíso. La Santa, enamorada del Paraíso, le responde: "Señor, cuan largo es este exilio. El deseo de veros lo hace aun más penoso. Señor, ¿qué puede hacer un alma encerrada en esta cárcel. Cuan larga es la vida del hombre, para que se diga que es breve. Breve, Dios mío, es para llegar con ella a ganarse la vida que no tiene fin, pero larguísima es para el alma que desea verse presto en Vos".

San Agustín nos dice: "El esplendor de la eterna luz es tan grande que si Vd. fuese a permanecer no más que una jornada, se despreciarían los bienes terrenos". San Ignacio de Loyola pasaba las noches pensando en el Paraíso: "Cuan vil me parece la tierra esperando el cielo". El alma que salga victoriosa de las luchas terrenales y haya hecho brillar las propias virtudes será llevada al Paraíso y allá gozará de una extraordinaria alegría en unión contemplativa con Dios. En esta unión encontrará la eterna bienaventuranza. En aquél sitio las almas estarán inmersas y sumergidas y unidas de tal modo de no querer más que la voluntad de Dios, y esto significa ser lo que Dios mismo es: la bienaventuranza por gracia Divina.

¿Quién podrá describir este lugar?. Aquí estará sólo lo que es bueno, el Sumo Señor en todas sus bellezas y en este cielo triunfará el amor puro que es felicidad suprema. Sí, la suma felicidad es encontrar escrito nuestro nombre.

¿A qué se puede comparar este sitio con un lenguaje humano? ¿Quizás a una cascada de brillantes, a una catarata de agua de oro y de plata, a un universo hecho sólo de estrellas luminosas?. Todas estas imágenes no pueden hacerse ni la más mínima idea. Podría ser suficiente para hacer nacer en nosotros el deseo de alcanzar este lugar de gloria y de bienaventuranza: el camino a recorrer es el señalado por Jesús en el Evangelio. Felicidad inconcebible

El Paraíso es la gloriosa corte en que habitan comitivas celestiales rodeados por una luz inefable. Allá arriba los Serafines y las almas que aman, pertenecientes al mismo coro, se encienden incesantemente en Dios. Llamas ardientes envuelven a los Serafines y a su compañía, volviéndolos luminosos. Y en toda la formación celestial fluye la dulzura divina.

En la unión contemplativa de Dios, encontrarán satisfacción y eterna bienaventuranza, una infinita recompensa por haber recorrido en la tierra el camino no fácil señalado por el Divino Maestro. Encontrarán aplicación Sus palabras "Venid a mí, mis amados, tomad posesión del reino eterno que os ha sido preparado desde el inicio del mundo". Aquí está la patria de los justos, aquí está la quietud absoluta, aquí reside el júbilo del corazón, las alabanzas insondables que duran para siempre.

El Paraíso es la expansión de la luz de Dios que atrae a Sí a los que de Él provienen y que han permanecido siempre en su santa mirada. Es la tierra prometida de los Mártires, de todos los que, creyendo, han gastado su vida para poderla habitar un día. Es el punto de llegada a la perfección de los hijos de Dios. Es la mirada donde Dios concibe sus pensamientos creativos. Es el oasis de la creación de los seres vivientes y razonables. Es la fuente de donde provienen la razón y la naturaleza de la vida.

El Paraíso es el lugar de la suprema bienaventuranza en la que la humanidad de Cristo Jesús, la Virgen Santísima, los Ángeles y los Santos, viven juntos gozando de la grandiosa visión de Dios y de su propiedad. Es la delicia de un corazón sumergido en un océano de amor: en el amor mismo de la Santísima Trinidad. Es la vida perfecta, donde está la presencia de todo lo más puro, lo más inocente, dulce y santo.

"Queridísimos, ahora somos hijos de Dios, pero no sabemos lo que llegaremos a ser, porque aun no nos ha sido revelado. Sabemos que, cuando se nos manifieste, seremos similares a Él, porque lo veremos tal cual es". (1 Jn 3,2).

"Él secará toda lágrima de sus ojos, no habrá más muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque el primer mundo ha desaparecido. Y El que se sentaba en el trono dijo: He aquí que hago nuevas todas las cosas... A quién tenga sed, le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El vencedor heredará estas cosas: Yo seré Dios y él será mi hijo". (Ap. 21,4).


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