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(28) INFORMACIÓN DEL 05 ENERO 2013, TOMADA DE
http://infocatolica.com/blog/reforma.php/1301051012-title#more18826

APOSTASÍA –5. EL FRACASO Y LA PERDICIÓN DEL MUNDO SINCRISTO
por José María Iraburu 

(201) De Cristo o del mundo -XLIV . Apostasía -5.
–Todo lo que dice usted en este artículo ya lo sabía yo.
–Seguro, porque ha leído ya 200 (DOSCIENTOS) artículos míos.
Analizando la Apostasía del mundo actual en Occidente, señalé ya que La denigración del pasado cristiano (198) era una exigencia que llevaba unida la aprobación del mundo moderno. Rebelándome contra esa exigencia, describí en síntesis Los horrores del mundo sinCristo (199). Me limité después a analizar, con cierto detenimiento, cómo El mundo sinCristo no cree en la razón, ni en la libertad (200), ni tampoco en la belleza: La fealdad del arte moderno sinCristo (201). Concluyo ahora afirmando que:
–El moderno mundo sinCristo es un inmenso fracaso histórico: lo es en la negación de la razón, de la libertad y de la belleza, en la destrucción de la familia, en la educación y la justicia, en la ruptura con grandes valores de la tradición precedente; pero sobre todo en la construcción de una sociedad que patentemente desvía de Dios y orienta hacia la perdición temporal y eterna… Y los cristianos, que cada día pedimos a Dios que «sea en la tierra como en el cielo», debemos ser los primeros testigos lúcidos de ese horror, declarándolo sin miedo.

El mal enorme del mundo actual es, a un tiempo, patente e invisible. Es invisible, anque sea patente, porque el sistema vigente exige una «autocensura» men­tal impla­cable. El naturalismo moderno, empeñado en organizar y dar forma al mundo sin Dios, exige la integración en ese Sistema ideológico y conductual, el único que estima capaz de unir a todos los pueblos, y prohíbe en absoluto pensar y más aún decir que «vamos mal». Y esto pase lo que pase. Habrá que seguir pensándolo-diciéndolo aunque se multipliquen por diez o por cien los males actuales descritos. Es lo mismo. Prohíbe en absoluto, para ser más exactos, declarar que «vamos mal porque hemos decidido prescindir de Dios».

Se podrá reconocer, sin mayores perjuicios, que «hay problemas», que hay incluso «grandes males» concretos. Esto lo autoriza el sistema, e incluso lo fomenta, como desahogo y como justificación de conciencias –no hay más que ver la tendencia de la prensa y televisión del mundo a culpabilizar a los países más desarrolla­dos de todas y de cada una de las calamidades que afligen a los países más pobres–. Pero, atención, el mundo tolera que se denuncien sus males concretos, espantosos, abrumadores, innu­merables; lo que no permite es que se rechace su Sistema diabólico, o lo que es lo mismo, que se atribuya la causa principal de todos esos males al rechazo de Dios y al abandono de sus pensamientos y caminos.

–El mundo sinDios, des-graciado, se estima y se dice capaz de remediar esos inmensos males, simple­mente «mejorando la educación», «concienciando más a la población», «aumentando en las calles la presencia de la policía», «enviando tropas que separen a los contendientes», «tomando las medidas oportunas», «dictando estrictas leyes y reglamentos», «aplicando los controles con una mayor seve­ridad», «aumentando las inversiones presupuesta­rias» sobre el asunto, «creando una comisión» –acompañada, por supuesto, de otra comisión de seguimiento, en la que pueden colocarse una cuñada y un sobrino–… Y los cristianos descristianizados –parece increíble–, dan crédito a estas falsas esperanzas, a esas patéticas esperanzas, desmentidas año tras año, día a día. Hombres mundanos y cristianos mundanizados, unos y otros, están cie­gos, están locos.

«Los que guían al pueblo lo extravían, y los guiados perecen… Hace mucho tiempo que somos los que Tú no gobier­nas, los que no llevan tu Nombre… ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presen­cia!» (Is 9,15; 63,19; 64,1).
–El mundo apóstata es mucho peor que el mundo pagano. El mundo apóstata ha rechazado a Cristo Salvador, habiendo creído antes en Él. Ha quitado de sus hombros el yugo de Cristo, suave y ligero (Mt 11,28-30), considerándolo duro y aplastante. Ha expulsado a Cristo de unas naciones sobre las que ejercía su influjo benéfico, y que gracias a Él vinieron a hacerse grandes, inteligentes y poderosas. Por eso, ciertamente, es peor que el mundo pagano. Corruptio optimi pessima. «Sus finales se hicieron peores que sus principios» (2Pe 2,20).

El desprecio de la virginidad, la pérdida del sentido de lo sagrado, el prestigio de lo irracional, falso y feo, la maldad gratuita –romper a pedradas las farolas de un paseo, costosamente adquiridas y colocadas por la comunidad del barrio–, la división de la nación en partidos siempre contrapuestos y en guerra, la devaluación del patriotismo hasta el ridículo, el menosprecio de los padres y de los ancianos, la aversión sistemática a la tradición de los antepasados, la veneración por la homosexualidad, la idolatrización de artistas y líderes especialmente degenerados y perversos, la admiración imbécil en el arte de fealdades patentes y deliberadas… Todos ésos, y otros muchos males, en los países pobres y paganos no existen en la medida en que se dan en el mundo apóstata del cristianismo.

–Los apóstatas pierden en gran medida el uso de la razónEl Occidente apóstata está ciego: no ve. Ya reflexionamos sobre esta cuestión (200), pero insisto muy brevemente, proponiendo un supuesto un tanto descabellado, pero que creo elocuente. Un perro está creado para regirse por sus instintos, especialmente por el olfato. Si se infundiera en él un alma humana, aprendería a regirse por la razón y perdería casi totalmente la habilidad orientadora de los instintos. Si un día decidiera renunciar al uso de la razón, y guiarse sólo por sus instintos, hallaría que éstos no lo sirven en modo alguno como antes: están semiatrofiados.

De modo semejante, un hombre está creado para regirse por la razón. Pero si por el bautismo viene a ser cristiano, nace de nuevo, como nueva creatura, hecha para regirse fundamentalmente por la fe, que ilumina y conforta la razón en sus capacidades naturales de pensar y discernir. Por eso, si el cristiano, abandonando la fe, se hace apóstata, pierde no sólo la fe, sino también en gran medida el uso de razón, y se hunde con todos los hombres mundanos en un pensamiento que se hace profundamente irracional en todo lo que es espiritual y cualitativo, aunque siga relativamente lúcido en lo material y cuantitativo –matemática, química, farmacia, mecánica, informática, instrumentos–.

Será capaz el apóstata, por ejemplo, de asegurar que el acto copulativo homosexual es exactamente tan natural como el acto heterosexual, cuando es obvio que aquél es sucio y violento, insano y estéril, y éste es digno y suave, sano y creador de vida: es conforme a la naturaleza, absolutamente acomodado a la anatomía y a la fisiología del varón y de la mujer. Será capaz de afirmar que el matrimonio homosexual, asegurado como un derecho, es para la sociedad igualmente benéfico que el matrimonio heterosexual, y que por tanto debe recibir una regulación social idéntica. Y conseguirá imponer legalmente su dogma, consiguiendo que quienes manifiesten su desacuerdo sean calificados de homófobos y adecuadamente sancionados… Todo esto lo piensan, lo dicen y lo establecen como ley social obligatoria, sin que se les caiga la cara de vergüenza y sin que el mundo, imbecilizado por la apostasía, los abuchee o les contradiga. Pues bien, en los pueblos paganos no se vive en una perversión tan refinada y voluntaria de la razón. En la mayoría de ellos la homosexualidad también existe –unas culturas la toleran, otras no–; pero en modo alguno consigue el status social que el lobby gay le ha conseguido rápidamente en las naciones apóstatas.

–Rechazar la obediencia a Cristo Rey no deja al hombre en una situación neutra y libre (sano laicismo), sino que lo sitúa bajo el influjo del demonio. Nuestro Señor Jesucristo lo sabe perfectamente, y cuando envía a San Pablo en misión evangelizadora, le dice: «Yo te envío para que les abras los ojos, se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios, y reciban el perdón de los pecados y parte en la herencia de los consagrados» (Hch 26,28). La apostasía, consiguientemente, conduce a los hombres y naciones por el camino inverso: lleva de la luz a las tinieblas, en donde impera Satanás, príncipe de las tinieblas; lleva al pecado y a todas las consecuencias espantosas que el pecado trae en este mundo y en el otro.

En nuestro tiempo, concretamente, el diablo, con la colaboración de los suyos, ha conseguido destrozar en gran medida la cultura cristiana de Occidente:
El diablo con los suyos ha quebrantado profundamente la familia; ha disminuido drásticamente la natalidad, llevando a las naciones hacia un suicidio demográfico; ha eliminado en la Iglesia las vocaciones sacerdotales y religiosas en proporciones nunca conocidas, así como la acción apostólica y misionera; ha vaciado en gran medida los templos, cerrándolos en muchas ocasiones, apagando así la llama de la Eucaristía, y convirtiéndolos en centros culturales profanos, hoteles turísticos, discotecas; ha desvirtuado la enseñanza católica en colegios y universidades; ha logrado «normalizar» en el mundo el aborto, el divorcio, la homosexualidad, la eutanasia, la pornografía, la droga; ha matado la filosofía y el arte; ha roto también la unidad interna de las naciones; ha corrompido las instituciones políticas y educativas; ha degenerado las fiestas populares patronales, quitándoles su tradicional dignidad y belleza; ha generalizado el culto el dinero y al sexo, ha multiplicado la criminalidad y también la violencia doméstica, las enfermedades mentales y el suicidio… Ésa es la obra del diablo y de los suyos. «Un enemigo ha hecho esto» en el campo del Señor (Mt 13,28).

Rechazando a Cristo, es inmenso el deterioro de la condición humana, de las entidades sociales y políticas, de la cultura, de la naturaleza creada. Esa decadencia indecible unas veces lleva a la desesperación, y otras a un optimismo imbécil y a una positividad voluntarista. Como dice el Catecismo, «ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres» (407).

El ejemplo más significativo. Todas las naciones cristianas que han expulsado a Cristo de su cultura y de sus leyes han venido a ser criminales en su apostasía, al reconocer legalmente el aborto, facilitándolo al máximo, haciéndolo prácticamente libre, gratuito, subvencionado por los contribuyentes. El aborto, que fue vencido eficazmente por Cristo en la historia de las naciones cristianas –aunque nunca del todo, por supuesto, pero sí muy notablemente–, vuelve a imperar donde, por el rechazo de Cristo, reina de nuevo Satanás, «padre de la mentira y homicida desde el principio». Mentira: no consta que el feto sea un ser humano, no lo es; homicidio, y en todo caso matarlo de ningún modo es un crimen. Mentira y homicidio. O nos ponemos bajo el influjo de Cristo Rey, o volvemos a caer en la cautividad de Satanás. No hay término medio.

–¿Cómo es posible que tantos cristianos no vean con espanto este mundo sinCristo? No participan en absoluto del horror que, como ya vimos (163-165), Cristo sentía ante «el pecado del mundo», entendiéndolo como una grandiosa Catedral profanada y convertida en centro de pecado y perdición. No tienen discernimiento ni siquiera para sospechar que la humanidad está integrada por «los hijos de Dios y los hijos del diablo» (1Jn 3,10). Se avergüenzan de las palabras de Cristo sobre el mundo, o de las exhortaciones de San Pablo: habéis de ser «hijos de Dios sin mancha, en medio de esta generación perversa y depravada, entre la cual aparecéis como antorchas en el mundo, llevando en alto la palabra de la vida» (Flp 2,15-16). No sienten la necesidad urgentísima de cristianizar el mundo mediante la oración, la penitencia y el apostolado, la evangelización misionera y la acción política, cultural y social.

¿Por qué no se atreven a «pensar» y a «decir», con toda compasión, que el mundo sinDios es necesariamente una monstruosidadun es­pantoso fracaso? ¿Hasta cuándo los cristianos descristianizados y mundanizados, para ganarse el derecho de ciudadanía en el mundo, le prestarán el homenaje sa­crílego de una admiración beata o al menos de un silencio cómplice?

¿Y aquellos, los que alcanzan realmente a conocer los males del mundo, cuándo se decidirán a revestirse con «la armadura de Dios» (Ef 6,13-18), tomando sus armas, defensivas y agresivas, para «combatir los buenos combates de la fe» (1Tim 6,12)? ¿O es que piensan que la derrota es inevitable, aún teniendo a Cristo Salvador al frente de la guerra?… ¿Hasta cuándo van a estar engañados por un buenismo falso y por un suicida pacifismo anti-cristiano?… «No penséis que yo he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espada» (Mt 10,34). «Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).

Tantos bautizados, que aceptan en su frente y en su mano –en su pensamiento y en su acción– «el sello de la Bestia» mundana (Ap 13,16-17)… «Toda la tierra seguía admirada a la Bestia. Adoraron al Dragón [el diablo], porque había dado el poder a la Bestia, y adoraron a la Bestia [romana, comunista, liberal, socialista, lo que sea], diciendo: ¿Quién como la Bestia? ¿Quién podrá combatir contra ella?» (13,3-4).

–¿Cuando recuperaremos el pensamiento y lenguaje de Cristo y de los apóstoles sobre el mundo?… «Arrepentíos, porque el reino de los cielos está cerca» (Mt 3,2). El camino que lleváis es camino de perdición temporal y eterna: «si no hiciéreis penitencia, todos moriréis igualmente» (Lc 13,3.5). «Vosotros sois malos» (Lc 11,13), pues «hacéis las obras de vuestro padre» (Jn 8,41). Sabedlo de una vez: «el mundo entero yace bajo el poder del Maligno» (1Jn 5,19). «Ya hemos probado con firmeza que tanto judíos como griegos, todos están bajo el pecado, según está escrito:“no hay nadie justo, ni uno solo; no hay nadie que busque a Dios. Todos se han extraviado, todos a una se han pervertido; no hay nadie que haga el bien, no hay ni siquiera uno. No hay temor de Dios ante sus ojos”» (Rm 3,9-12». Es «el pecado del mundo», que todo lo invade y envuelve en tinieblas.

¡Pero una luz nos brilló, «naciendo de lo alto», en la Encarnación del Hijo divino, en su muerte de Cruz y en su resurrección, «para iluminar a los que están sentados en tinieblas y sombras de muerte»! (Lc 1,79)Éste es el pensamiento y el lenguaje de la Biblia, tan contrario al actual, que parece ignorar el pecado del mundo y la absoluta necesidad de Cristo, único «Salvador del mundo» (Jn 4,42). Por eso hoy avanzan tan poco las misiones.

«Vosotros estabais muertos por vuestros delitos y pecados, siguiendo el espíritu de este mundo, bajo el poder del príncipe del aire, el espíritu que actúa ahora en los rebeldes contra Dios; siguiendo los deseos de nuestra carne, cumpliendo sus voluntades y deseos depravados, y así eramos por naturaleza hijos de ira, como todos los demás. Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros pecados, nos ha hecho revivir en Cristo: por pura gracia estáis salvados» (Ef 2,1-5).
–¿Cuando recuperaremos el pensamiento y el lenguaje de los Padres y de los santos sobre el mundo?… Citaré sólo a algunos santos de los últimos siglos. Todos ellos, aunque vivían en un mundo mucho más cristiano que el actual nuestro, tenían ojos para ver el inmenso mal del mundo, y en su contraste, la potencia gloriosa y eficacísima de Cristo, Salvador del mundo, y de su Iglesia, «sacramento universal de salvación».

Santa Teresa de Jesús (+1582) llora el pecado y la ceguedad del mundo. «¡Qué señorío tiene un alma que el Señor llega aquí [a la luz de la contemplación], que lo mira todo sin estar enredada en ello!; ¡qué corrida está del tiempo que lo estuvo, qué espantada de su ceguedad, qué lastimada de los que están en ella, en especial si es gente de oración y a quien Dios ya regala! Querría dar voces para dar a entender qué engañados están… Ve que es grandísima mentira y que todos andamos en ella… No hay ya quien viva, viendo por vista de ojos el gran engaño en que andamos y la ceguedad que traemos… ¡Oh, qué es un alma que se ve aquí, ver esta farsa de esta vida tan mal concertada! Todo la cansa, no sabe cómo huir; vése encadenada y presa; anda como perdida en tierra ajena» (Vida 20,25-26; 21,4.6).

Es común en los santos esta captación tan viva de la ceguera, del pecado, de la locura del mundo. Ya lo vimos en artículos anteriores. (192): «La depravación es hoy mayor que nunca» (San Claudio La Colombière, +1682). (193): «Nunca ha estado el mundo tan corrompido como hoy» (San Luis María Grignion de Montfort, +1716). San Pablo de la Cruz (+1775): «¿Qué podemos hacer de este mundazo, donde no se respira otra cosa que un aire de pecado que apesta?» (Cta.19-VI-1762). «Les recuerdo, y quisiera escribirlo más con lágrimas de sangre que con tinta, que este pobre mundo está inundado casi por todas partes de iniquidad y que Dios se halla sobre manera ofendido [… ] ; se ve tan ofendido, despreciado y ultrajado por la mayor parte de los cristianos» (Cta.12-VII-1742). Y San Antonio María de Claret (+1870) piensa lo mismo de su tiempo: «El mundo siempre ha sido mundo inmundo, pero en el día está asqueroso y puesto en entera malignidad. Nos amenazan grandes calamidades. España está fatal y cada día se pone peor… El carro del mal corre como el vapor [va como un tren], y el curso del bien está completamente paralizado» (Cta. al P. Galdácano 8-II-1858).

Y al testimonio de estos santos hemos de añadir otro aún más excelente y cierto: las palabras de la santísima Virgen María en La Salette (1846), en Fátima (1917) y en otros lugares, denunciando el pecado del mundo, y especialmente las infidelidades de tantos cristianos. ¿Nos atreveremos a ignorarlas?
–¿Cuando asimilaremos y difundiremos el pensamiento y el lenguaje del Magisterio apostólico sobre el mundo presente?… Recordemos cómo en los últimos tiempos los Papas han afirmado y anunciado que del rechazo de Cristo vienen necesariamente sobre las naciones males enormes, los mismos que ahora estamos sufriendo.
San Pío X: «es de temer que esta perversión de los ánimos sea una especie de antelación de los males que son previstos para el fin de los tiempos, y que ya habite en este mundo el “hijo de la perdición” de quien habla el Apóstol (2Tes 2,2). Con suma osadía, con gran furor, es atacada en todo lugar la piedad religiosa, son negados los dogmas de la fe revelada, se intenta obstinadamente suprimir y eliminar toda relación entre el hombre y Dios» (enc. Supremi apostolatus cathedra, 1903, 5).
Pío XI: «por primera vez en la historia [se entiende, en tal grado como el actual], asistimos a una lucha fríamente calculada y arteramente preparada por el hombre “contra todo lo que es divino” (2Tes 2,4)» (enc. Divini Redemptoris, 1937 22).

Pío XII, en su primera encíclica, Summi Pontificus (1939): «Las angustias presentes y la calamitosa situación actual constituyen una apología tan definitiva de la doctrina cristiana, que es tal vez esta situación la que puede mover a los hombres más que cualquier otro argumento. Porque de este ingente cúmulo de errores y de este diluvio de movimientos anticristianos se han cosechadofrutos tan envenenados, que constituyen una reprobación y una condenación de esos errores, cuya fuerza probativa supera a toda refutación racional» (17). «Narra el Evangelio que cuando Jesús fue crucificado,“las tinieblas invadieron toda la superficie de la tierra” (Mt 27,45); símbolo lamentable de lo que ha sucedido, y sigue sucediendo, cuando la incredulidad religiosa, ciega y demasiado orgullosa de sí misma, excluye a Cristo de la vida moderna, y especialmente de la pública» (23). «Este espíritu del mal pretende separar al hombre de Cristo, el verdadero, el único Salvador, para arrojarlo a la corriente del ateísmo y del materialismo» (radiom. Nous vous adressons, 1950).

Juan XXIII, en la encíclica Mater et magistra (1961) afirmaba: «La insensatez más caracterizada de nuestra época consiste en el intento de establecer un orden temporal sólido y provechoso sin apoyarlo en su fundamento indispensable o, lo que es lo mismo, prescindiendo de Dios, y querer exaltar la grandeza del hombre, cegando la fuente de la que brota y se alimenta, esto es, obstaculizando y, si fuera posible, aniquilando la tendencia innata del alma hacia Dios» (217). El mundo actual se construye hoy a sí mismo sinDios y sinCristo. Es un diagnóstico gravísimo.

Pablo VI, que reconocía «el humo de Satanás» introducido dentro de la misma Iglesia (29-VI-1972), veía también la acción del diablo en el mundo actual. «¿Existen señales de la presencia de la acción diabólica, y cuáles son? Podremos suponer su acción siniestra allí donde la negación de Dios se hace radical, sutil y absurda; donde la mentira se afirma, hipócrita y poderosa, contra la verdad evidente; donde el amor es eliminado por un egoísmo frío y cruel; donde el nombre de Cristo es impugnado con odio consciente y rebelde; donde el espíritu del Evangelio es mistificado y desmentido; donde se afirma la desesperación como última palabra» (15-XI-1972)… Es indudable que actualmente, sobre todo en el Occidente apóstata, se dan en el mundo estas señales de la acción del diablo. Y en la Octogesima adveniens (1971) reconocía el Papa ese mal espíritu en «la ideología liberal», a la que podrían afiliarse los cristianos, «olvidando fácilmente que en su raíz misma el liberalismo filosófico es una afirmación errónea de la autonomía del individuo en su actividad, en sus motivaciones, en el ejercicio de su libertad» (35).

Juan Pablo II, en una Carta a los jóvenes decía: «Conviene mostrar constantemente las raíces del mal y del pecado en la historia de la humanidad, como Cristo las mostró en su misterio pascual de Cruz y Resurrección. No hay que tener miedo de llamar por su nombre al primer artífice del mal: el Maligno. La táctica que él usa consiste en no revelarse, a fin de que el mal, sembrado por él desde el principio, reciba su desarrollo por parte del hombre, de los sistemas mismos y de las relaciones interhumanas, entre clases y naciones» (31-III-1985).

El Beato Juan Pablo II señala la vigencia actual de «toda la herencia racionalista, iluminista, cientifista del llamado “liberalismo” laicista en las naciones del Occidente, que ha traído consigo la negación radical del cristianismo» (discurso Turín, 13-4-1980, n.3). Y el mismo Papa en la encíclica Veritatis splendor (1993) denuncia aquel sistema filosófico, moral y práctico que hace hoy de la libertad humana la fuente única de los valores, sin referencia a Dios, a la verdad o a la ley natural: «es la alianza entre democracia y relativismo ético, que quita a la convivencia civil cualquier punto seguro de referencia moral» (20). De ese espíritu diabólico ha salido el favorecimiento de la anticoncepción, el derecho al aborto, el matrimonio homosexual, la imposición estatal en la educación de ideologías antinaturales y anticristianas, y tantos otros males y pecados. Últimamente los Papas, recuerda Juan Pablo II, han señalado con frecuencia que «una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia» (101; cf. 31-34).
Benedicto XVI señala con frecuencia en su enseñanza que la situación del mundo presente confirma la verdad católica: el más grave mal del mundo actual es el oscurecimiento de la fe en Cristo. Es éste el diagnóstico más profundo y exacto. En la Carta apostólica, motu proprio,Ubicumque et semper (21-IX-2010), en la que constituye el Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización, dice:
«En nuestro tiempo, uno de sus rasgos singulares ha sido afrontar el fenómeno del alejamiento de la fe, que se ha ido manifestando progresivamente en sociedades y culturas que desde hace siglos estaban impregnadas del Evangelio. Las transformaciones sociales a las que hemos asistido en las últimas décadas tienen causas complejas, que hunden sus raíces en tiempos lejanos, y han modificado profundamente la percepción de nuestro mundo. Pensemos en los gigantescos avances de la ciencia y de la técnica, en la ampliación de las posibilidades de vida y de los espacios de libertad individual, en los profundos cambios en campo económico, en el proceso de mezcla de etnias y culturas causado por fenómenos migratorios de masas, y en la creciente interdependencia entre los pueblos. Todo esto ha tenido consecuencias también para la dimensión religiosa de la vida del hombre. Y si, por un lado, la humanidad ha conocido beneficios innegables de esas transformaciones y la Iglesia ha recibido ulteriores estímulos para “dar razón de su esperanza” (cf. 1Pe 3,15), por otro, se ha verificado una pérdida preocupante del sentido de lo sagrado, que incluso ha llegado a poner en tela de juicio los fundamentos que parecían indiscutibles, como la fe en un Dios creador y providente, la revelación de Jesucristo único salvador y la comprensión común de las experiencias fundamentales del hombre como nacer, morir, vivir en una familia, y la referencia a una ley moral natural.

«Aunque algunos hayan acogido todo ello como una liberación, muy pronto nos hemos dado cuenta del desierto interior que nace donde el hombre, al querer ser el único artífice de su naturaleza y de su destino, se ve privado de lo que constituye el fundamento de todas las cosas», Dios creador y salvador.

El Papa Benedicto XVI habla suaviter in modo, fortiter in re: suavemente en el modo, fuertemente en la cosa. Recuerdo, por ejemplo, su Informe sobre la fe (1985). Con palabras medidas, en el texto que he transcrito, si bien se entiende, dice del mundo actual cosas gravísimas. Es «un desierto» espiritual; es un mundo que se arruina a sí mismo, al destruir sus propios fundamentos. Y no son muchos los que lo saben.
Muchos cristianos ignoran hoy que viven en Babilonia bajo el imperio de Satanás. Lo ignoran, a pesar de que lo aseguran las Escrituras, la Tradición, los santos, el Magisterio de lo últimos Papas. Confían, olvidando la doctrina de la fe, en la virtualidad salvífica, al menos relativa, de ciertas leyes, de tales partidos políticos o de algunos Organismos internacionales. Ignoran que todas aquellas fuerzas políticas y culturales que se cierran herméticamente a Cristo, que lo ocultan y silencian, y que incluso lo combaten, están actuando bajo el poder de Satanás, Príncipe de este mundo: él es su Rey.
Son cristianos ciegos y sordos, mundanizados, que colaboran decisivamente con «los hijos del diablo» (1Jn 3,10) sin problemas de conciencia, y si es con un buen sueldo, tanto mejor, con más empeño y menos escrúpulos. Dan crédito así a aquellos falsos mesías que preparan el pleno advenimiento del Anticristo (Mt 24,4-5.24-25)… «Os aseguro que ya muchos se han hecho anticristos» (1Jn 2,18). «Quien no confiesa que Cristo vino en carne es seductor y anticristo» (2Jn 7). «Es anticristo quien niega al Padre y al Hijo» (1Jn 2,22). «Ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas» (Lc 22,53).

¿Cuándo el pueblo cristiano todo, la Iglesia, nos compadeceremos del mundo pecador, llevándole a Cristo Salvador con la oración, la penitencia y el apostolado? Pensar que «el Señor está con nosotros», como Luz del mundo, como Salvador del mundo. Y que nosotros, sin advertir la profundísima miseria del mundo presente, no nos compadecemos de él, y no entregamos nuestra vida al cien por ciento para llevarle la única salvación, la de Cristo Salvador, la de la Iglesia, «sacramento universal de salvación»… Pensar que donde dos o más estamos reunidos en el nombre de Jesús, se hace Él presente, hay Iglesia, hay Templo de la Trinidad santísima en medio los hombres, está el Espíritu Santo, el que tiene poder para renovar la faz de la tierra… Y pensar que nuestro testimonio de la verdad de Cristo, con palabra y con obras, es tan pobre, que apenas ayudamos al mundo a salir de su cautiverio del pecado y del diablo…. Nos dice Jesús:
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa ¿con qué la salarán? No sierve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puedo ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y alumbre a todos los de la casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Pade que está en los cielos» (Mt 5,13-16).

–Apocalipsis, victoria próxima y total de Cristo sobre el demonio. Ciertamente, la Iglesia, ella, muy sola, lleva en esta lucha contra el demonio todas las de ganar, porque «el Príncipe de este mundo ya está condenado» (Jn 16,11). «El Dios de la paz aplastará pronto a Satanás bajo vuestros pies» (Rm 16,20). Es éste justamente el tema fundamental de San Juan en el Apocalipsis. «Vengo pronto; mantén con firmeza lo que tienes, para que nadie te arrebate tu corona» (3,12). «Vengo pronto, y traigo mi recompensa conmigo, para pagar a cada uno según sus obras» (22,12). «Sí, vengo pronto» (22,20).

Muchos cristianos hoy lo ignoran, pero el demonio lo sabe perfectamente. Y por eso en «los últimos tiempos» acrecienta más y más sus ataques contra la Iglesia y contra el mundo. «El diablo ha bajado a vosotros con gran furor, pues sabe que le queda poco tiempo» (12,12).

Así es. A pesar de las apariencias históricas, el diablo y los suyos están agonizantes, y la manifestación plena de Cristo en gloria y poder está cada vez más próxima.
«Dice el que da testimonio de estas cosas: “Sí, vengo pronto”. Amén. ¡Ven, Señor Jesús! La gracia del Señor Jesús esté con todos» (Ap 22,20-21).
José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

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