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(5) EXPLICACIÓN IMPORTANTE DEL 27 JUNIO 2012 OBTENIDA DE
http://www.verycreer.com/index.php?option=com_content&view=article&id=665:nuevo-editorial-en-ver-y-creer-la-muerte-de-la-virgen&catid=15:editoriales&Itemid=28

LA MUERTE DE LA VIRGEN
Por Roberto O'Farrill  

Entre 1601 y 1606, Michelangelo Merisi, “el Caravaggio”, pintó un cuadro en óleo sobre tela, de 3.65 por 2.45 metros, en el que presenta a la Virgen María muerta, yaciente sobre un camastro, con vestimenta roja, pies descalzos, manos inertes, de las que una parece señalar hacia el piso, con una fina aureola celestial sobre su cabeza y rodeada por los apóstoles que la miran tristes y llorosos.

Junto a ella, María Magdalena llora sobre sus propias rodillas frente a una bandeja de cobre que usó para lavar su cuerpo muerto. El cuadro, tenebrista al estilo del Caravaggio, con claroscuros acentuados, muestra esta escena de profunda tristeza mientras concede la sensación de que ella ya no estará más entre ellos. El centro del conjunto, tutelado por el telón rojo infaltable en las obras del artista, es el rostro de María iluminado por una luz radiante que rasga la escena desde una ventana elevada. Su rostro es joven y hermoso aunque sin vida.

Esta obra, que se rechazó por irreverente por mostrar a la Virgen María simplemente muerta, obliga a preguntarnos si acaso la Virgen habrá muerto o si su divino Hijo quiso librarla de la muerte haciéndola caer dormida en un profundo sueño para hacerla transitar de la tierra al cielo en su Asunción.

En tanto que la iglesia ortodoxa griega suele referirse a la “dormición” de la Virgen, la iglesia católica no duda en afirmar que ella realmente murió, pues los términos “dormición”, “sueño” o “tránsito”, utilizados por ambas iglesias en sus respectivas liturgias, no se refieren, de suyo, a la inmortalidad, sino a una resurrección comprensiblemente inmediata.

Las argumentaciones de que murió, o de que no murió, van acompañadas de valiosas afirmaciones que justifican cualquiera de las dos expresiones, aunque, sin embargo de ninguna de ellas, es una realidad la existencia de su tumba que, subyacente en el Valle de Cedrón, cerca de Jerusalén, al pie del monte de los Olivos, resguarda los restos de sus padres, san Joaquín y santa Ana, y recibe a muchos peregrinos que acuden a venerarla.

Antes de afirmar que la Virgen María no murió, es preciso recordar que ni siquiera Cristo dejó de morir y que fue precisamente, muriendo, como logró vencer a la muerte.

La Constitución Dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II establece que “Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta al cielo en cuerpo y alma”, de donde la expresión “terminado el curso de su vida” se entiende como referencia a la muerte. El Catecismo de la Iglesia Católica, en su artículo 966 determina que “La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo”.

Pero suele confundirse “Asunción” con “inmortalidad” y “muerte” con “corrupción en el sepulcro”, términos que no son lo mismo. Cristo murió, pero no conoció la corrupción de su cuerpo en el sepulcro, y con María bien pudo suceder lo mismo.

La tradición de que la Virgen subió a los cielos sin morir data del siglo IV y ha encontrado muchos seguidores, pero la sentencia más firme, avalada por católicos y ortodoxos, como san Agustín, san Juan Damasceno, san Andrés de Creta y san Juan de Tesalónica, entre muchos, es que la verdadera doctrina -que debe tenerse como ciertísima- es que la Virgen María murió verdaderamente, y que la palabra “dormición” -que usa principalmente la Iglesia griega- es referencia de su muerte. Por su parte, san Jerónimo, san Alberto Magno, Dionisio el Cartujano y santo Tomás de Villanueva coinciden en afirmar que aunque la Virgen no murió por martirio ni por muerte violenta, ni de enfermedad o vejez, sino por el ardoroso amor de Dios y por su deseo vehemente de contemplarlo, tampoco estuvo sujeta a la corrupción del sepulcro, pues “no es justo que sufra corrupción aquel cuerpo que no estuvo sujeto a ninguna concupiscencia”.

Es más aceptable la muerte que la inmortalidad mariana, así lo afirmó Juan Pablo II en 1997 cuando explicó que “El hecho de que la Iglesia proclame a María liberada del pecado original por singular privilegio divino, no lleva a concluir que recibió también la inmortalidad corporal. La Madre no es superior al Hijo, que aceptó la muerte, dándole nuevo significado y transformándola en instrumento de salvación”.

Con su propia muerte, la Virgen María muestra que la muerte no tendrá nada de terrible para quienes hayamos cumplido la Voluntad de Dios, cosa que el Caravaggio supo plasmar bien en aquella pintura que hoy se exhibe, solemne, en el museo del Louvre, en París.

EL SUBRRAYADO ES DE ESTE SITIO


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